En estos días de inyecciones dolorosas para con el pobre trabajador debemos estar más, mucho más unidos que nunca Juan, así como lo habéis echo los dibujantes políticos para dibujar un simple y hermoso calendario. UNIDOS CONTRA LOS SINDICATOS MAYORITARIOS.
Se trata de eso, de unirnos, hoy ha habido una huelga general de los sindicatos “minoritarios” en Galiza, Euskal Herria y Catalunya, el seguimiento a la misma ha sido eso, minoritario, de pasada en alguna televisión lo han denunciado, porque mas que dar la noticia lo estaban denunciando, y sin embargo están dando a bombo y platillo que vamos a tardar más en jubilarnos y que lo haremos con menos dinero. ¿Por qué lo dicen con una sonrisa en los labios?
Yo recuerdo cuando me ponían inyecciones en la nalga cuando era pequeño, de penicilina, siempre he sido sensible a los cambios de tiempo y siempre estaba con anginas, a 40 grados de fiebre, y el practicante, o no recuerdo si era un vecino me las ponía por orden del médico, en aquellos años precarios en oferta sanitaria en el pueblo, el que me ponía las inyecciones hervía durante bastante tiempo las agujas y la jeringa, que era de cristal, en un recipiente metálico con agua. No había jeringas desechables.
En aquellos años se ponían bien las inyecciones, hacían daño, si, pero como decía mi madre, si escuece es que cura.
En estos pocos años de “crisis” desde lo de lehman brothers nos están poniendo inyecciones a los ciudadanos de a pie, las agujas no las hierven, son de acero, como las que utilizaban para ponerme la penicilina cuando era pequeño, pero con pequeñas modificaciones, las han infectado de virus y bacterias varias. Y además, a la aguja, a su punta, la han deteriorado, para que se sienta, cuando se introduce en la carne el dolor más cruelmente.
Nos tenemos que unir Juan.
Estoy cansado de tantas inyecciones, de tanto virus inyectados convertidos en hipotecas carísimas con letra pequeña y clausulas invisibles, en virus convertidos en jefes que te miran como a un desgraciado y mísero empleado, en virus que viven y ríen y se mofan de nosotros en los juzgados, diputaciones, ayuntamientos, congreso, senado. Y sobre todo se ríen de nosotros lo sindicatos “mayoritarios”.
Me duelen estas inyecciones, no me escuecen, me duelen. Que no curan, digo.
Hubo en la historia tres hombres ejemplares. Tres hombres ejemplares que bien pudieron haber cambiado el mundo.
Uno era medico, sus inyecciones eran bálsamo para todas las enfermedades, era Ernesto, el ché. Murió porqué se quedó solo, quiso seguir cambiando el mundo y el mundo no lo entendió.
Otro fue Espartacus, leía sobre él no hace mucho en Kaos o en Rebelión, y me recordó que tuvo al imperio Romano en jaque, bajo sus pies, pero estaba harto de ver morir a su gente, y eso le perdió.
El otro fue Túpac Amaru
“Túpac Amaru había sido el último rey de los incas, que durante cuarenta
años había peleado en las montañas del Perú. En 1572, cuando el sable del
verdugo le partió el pescuezo, los profetas indios anunciaron que alguna vez la
cabeza se juntaría con el cuerpo.
Y se juntó. Dos siglos después, José Gabriel Condorcanqui encontró el
nombre que lo estaba esperando. Convertido en Túpac Amaru, él encabezó la
más numerosa y peligrosa rebelión indígena en toda la historia de las Américas.
Ardieron los Andes. Desde la cordillera hasta la mar se alzaron las víctimas
del trabajo forzado en las minas, las haciendas y los talleres. De victoria en
victoria, amenazaban el menú colonial los sublevados que avanzaban, a paso
imparable, vadeando ríos, trepando montañas, atravesando valles, pueblo tras
pueblo. Y a punto estuvieron de conquistar el Cuzco.
La ciudad sagrada, el corazón del poder, estaba ahí: desde las cumbres se
veía, se tocaba.
Habían pasado dieciocho siglos y medio, y se repetía la historia de
Espartaco, que tuvo a Roma al alcance de la mano. Y tampoco Túpac Amaru se decidió a atacar. Tropas indias, al mando de un cacique vendido, defendían el Cuzco, ciudad sitiada, y él no mataba indios: eso no, eso nunca. Bien sabía que era necesario, que no había otra, pero…
Mientras él dudaba, que sí, que no, que quién sabe, pasaron los días y las
noches y los soldados españoles, muchos, bien armados, iban llegando desde
Lima.
En vano le enviaba desesperados mensajes su mujer, Micaela Bastidas, que
comandaba la retaguardia:
—Tú me has de acabar de pesadumbres…
—Yo ya no tengo paciencia para aguantar todo esto…
—Bastantes advertencias te di…
—Si tú quieres nuestra ruina, puedes echarte a dormir.
En 1781, el jefe rebelde entro en el Cuzco. Entró encadenado, apedreado,
insultado.
En la cámara de torturas, lo interrogó el enviado del rey.
—¿Quiénes son tus cómplices? —le preguntó
Y Tupac Amaru contestó:
—Aquí no hay más cómplices que tú y yo. Tú por opresor y yo por libertador,
merecemos la muerte.
Fue condenado a morir descuartizado. Lo ataron a cuatro caballos, brazos y
piernas en cruz, y no se partió. Las espuelas desgarraban los vientres de los
caballos, que en vano pujaban, y no se partió.
Hubo que recurrir al hacha del verdugo.
Era un mediodía de sol feroz, tiempo de larga sequía en el valle del Cuzco,
pero el cielo fue negro de pronto y se rompió y descargó una lluvia de esas que
ahogan al mundo.
También fueron descuartizados los otros jefes y jefas rebeldes, Micaela
Bastidas, Tûpac Catari, Bartolina Sisa, Gregoria Apaza…
Y sus pedazos fueron paseados por los pueblos que habían sublevado, y fueron quemados, y sus cenizas arrojadas al aire, para que de ellos no quede memoria.”
Eduardo Galeano, de su libro Espejos
Necesitamos unirnos Juan, y necesitamos a alguien que esté delante, alguien que sepa esperar la mejor oportunidad, que no haga como hizo el ché, solo contra el mundo, alguien que haga llegar el coraje que lleva dentro a todos nosotros y hacernos saber que no somos esclavos, como lo hizo Espartaco, alguien que como Tupác Amaru sepa combatir hasta la victoria , y hacerle saber, que nuestra estupida especie se vende al mejor postor y que no le importa que ese postor sea un genocida, y que no vale la pena perder un minuto por los que se han vendido.
Las vacunas las ponen con jeringas desechables, son virus vivos atenuados, no suelen doler, si acaso un ligero escozor después de unos minutos, una reacción propia de nuestro sistema inmunológico al habernos sido introducido unos bichos a la fuerza que no queremos.
Nos están dando dosis diarias de esos bichos que no queremos, hipootecas, congreso, sindicatos…..
¿Hasta cuándo?
Es que somos pocos?
Nos vamos a quedar con los brazos cruzados? Ya salió la iglesia.
enero 28th, 2011 a las 2:37
En estos días de inyecciones dolorosas para con el pobre trabajador debemos estar más, mucho más unidos que nunca Juan, así como lo habéis echo los dibujantes políticos para dibujar un simple y hermoso calendario. UNIDOS CONTRA LOS SINDICATOS MAYORITARIOS.
Se trata de eso, de unirnos, hoy ha habido una huelga general de los sindicatos “minoritarios” en Galiza, Euskal Herria y Catalunya, el seguimiento a la misma ha sido eso, minoritario, de pasada en alguna televisión lo han denunciado, porque mas que dar la noticia lo estaban denunciando, y sin embargo están dando a bombo y platillo que vamos a tardar más en jubilarnos y que lo haremos con menos dinero. ¿Por qué lo dicen con una sonrisa en los labios?
Yo recuerdo cuando me ponían inyecciones en la nalga cuando era pequeño, de penicilina, siempre he sido sensible a los cambios de tiempo y siempre estaba con anginas, a 40 grados de fiebre, y el practicante, o no recuerdo si era un vecino me las ponía por orden del médico, en aquellos años precarios en oferta sanitaria en el pueblo, el que me ponía las inyecciones hervía durante bastante tiempo las agujas y la jeringa, que era de cristal, en un recipiente metálico con agua. No había jeringas desechables.
En aquellos años se ponían bien las inyecciones, hacían daño, si, pero como decía mi madre, si escuece es que cura.
En estos pocos años de “crisis” desde lo de lehman brothers nos están poniendo inyecciones a los ciudadanos de a pie, las agujas no las hierven, son de acero, como las que utilizaban para ponerme la penicilina cuando era pequeño, pero con pequeñas modificaciones, las han infectado de virus y bacterias varias. Y además, a la aguja, a su punta, la han deteriorado, para que se sienta, cuando se introduce en la carne el dolor más cruelmente.
Nos tenemos que unir Juan.
Estoy cansado de tantas inyecciones, de tanto virus inyectados convertidos en hipotecas carísimas con letra pequeña y clausulas invisibles, en virus convertidos en jefes que te miran como a un desgraciado y mísero empleado, en virus que viven y ríen y se mofan de nosotros en los juzgados, diputaciones, ayuntamientos, congreso, senado. Y sobre todo se ríen de nosotros lo sindicatos “mayoritarios”.
Me duelen estas inyecciones, no me escuecen, me duelen. Que no curan, digo.
Hubo en la historia tres hombres ejemplares. Tres hombres ejemplares que bien pudieron haber cambiado el mundo.
Uno era medico, sus inyecciones eran bálsamo para todas las enfermedades, era Ernesto, el ché. Murió porqué se quedó solo, quiso seguir cambiando el mundo y el mundo no lo entendió.
Otro fue Espartacus, leía sobre él no hace mucho en Kaos o en Rebelión, y me recordó que tuvo al imperio Romano en jaque, bajo sus pies, pero estaba harto de ver morir a su gente, y eso le perdió.
El otro fue Túpac Amaru
“Túpac Amaru había sido el último rey de los incas, que durante cuarenta
años había peleado en las montañas del Perú. En 1572, cuando el sable del
verdugo le partió el pescuezo, los profetas indios anunciaron que alguna vez la
cabeza se juntaría con el cuerpo.
Y se juntó. Dos siglos después, José Gabriel Condorcanqui encontró el
nombre que lo estaba esperando. Convertido en Túpac Amaru, él encabezó la
más numerosa y peligrosa rebelión indígena en toda la historia de las Américas.
Ardieron los Andes. Desde la cordillera hasta la mar se alzaron las víctimas
del trabajo forzado en las minas, las haciendas y los talleres. De victoria en
victoria, amenazaban el menú colonial los sublevados que avanzaban, a paso
imparable, vadeando ríos, trepando montañas, atravesando valles, pueblo tras
pueblo. Y a punto estuvieron de conquistar el Cuzco.
La ciudad sagrada, el corazón del poder, estaba ahí: desde las cumbres se
veía, se tocaba.
Habían pasado dieciocho siglos y medio, y se repetía la historia de
Espartaco, que tuvo a Roma al alcance de la mano. Y tampoco Túpac Amaru se decidió a atacar. Tropas indias, al mando de un cacique vendido, defendían el Cuzco, ciudad sitiada, y él no mataba indios: eso no, eso nunca. Bien sabía que era necesario, que no había otra, pero…
Mientras él dudaba, que sí, que no, que quién sabe, pasaron los días y las
noches y los soldados españoles, muchos, bien armados, iban llegando desde
Lima.
En vano le enviaba desesperados mensajes su mujer, Micaela Bastidas, que
comandaba la retaguardia:
—Tú me has de acabar de pesadumbres…
—Yo ya no tengo paciencia para aguantar todo esto…
—Bastantes advertencias te di…
—Si tú quieres nuestra ruina, puedes echarte a dormir.
En 1781, el jefe rebelde entro en el Cuzco. Entró encadenado, apedreado,
insultado.
En la cámara de torturas, lo interrogó el enviado del rey.
—¿Quiénes son tus cómplices? —le preguntó
Y Tupac Amaru contestó:
—Aquí no hay más cómplices que tú y yo. Tú por opresor y yo por libertador,
merecemos la muerte.
Fue condenado a morir descuartizado. Lo ataron a cuatro caballos, brazos y
piernas en cruz, y no se partió. Las espuelas desgarraban los vientres de los
caballos, que en vano pujaban, y no se partió.
Hubo que recurrir al hacha del verdugo.
Era un mediodía de sol feroz, tiempo de larga sequía en el valle del Cuzco,
pero el cielo fue negro de pronto y se rompió y descargó una lluvia de esas que
ahogan al mundo.
También fueron descuartizados los otros jefes y jefas rebeldes, Micaela
Bastidas, Tûpac Catari, Bartolina Sisa, Gregoria Apaza…
Y sus pedazos fueron paseados por los pueblos que habían sublevado, y fueron quemados, y sus cenizas arrojadas al aire, para que de ellos no quede memoria.”
Eduardo Galeano, de su libro Espejos
Necesitamos unirnos Juan, y necesitamos a alguien que esté delante, alguien que sepa esperar la mejor oportunidad, que no haga como hizo el ché, solo contra el mundo, alguien que haga llegar el coraje que lleva dentro a todos nosotros y hacernos saber que no somos esclavos, como lo hizo Espartaco, alguien que como Tupác Amaru sepa combatir hasta la victoria , y hacerle saber, que nuestra estupida especie se vende al mejor postor y que no le importa que ese postor sea un genocida, y que no vale la pena perder un minuto por los que se han vendido.
Las vacunas las ponen con jeringas desechables, son virus vivos atenuados, no suelen doler, si acaso un ligero escozor después de unos minutos, una reacción propia de nuestro sistema inmunológico al habernos sido introducido unos bichos a la fuerza que no queremos.
Nos están dando dosis diarias de esos bichos que no queremos, hipootecas, congreso, sindicatos…..
¿Hasta cuándo?
Es que somos pocos?
Nos vamos a quedar con los brazos cruzados? Ya salió la iglesia.
Eahhhh posyastá
un abrazo Compañero
VALETUDINIS, NULLUM TRANS